Hay una edad para el olvido,
una edad donde todo se perdona
y hasta la pasión resulta algo insignificante.
Una edad en que el tiempo es pasar horas
sentado a la sombra de algún árbol
contando hormigas desde la mecedora.
.
Allí, los ojos son vidrios opacados
que rotan con giros hacia la nada,
hacia aquella historia sin retorno
que hablaba de risas y carreras,
de calles polvorientas, de palabras
qu…